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18 de septiembre / Día de lxs Arqueólogxs
La arqueología: ciencia, oficio y práctica colectiva
A partir del relato y la experiencia de distintos especialistas, podemos ver cómo la arqueología hace foco en lo colectivo. Ya sea durante el trabajo de campo, en el laboratorio e incluso en el momento de estudio, lectura y escritura, ser arqueólogx señala una práctica que se construye junto a otras y otros. En ese camino, la formación científica se pone en diálogo con un hacer que tiene mucho de oficio y que conlleva una práctica social y un proceso de trabajo creativo.
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La arqueología: ciencia, oficio y práctica colectiva
¿Qué es lo primero que imaginamos cuando alguien nos dice que trabaja como arqueólogx? Seguramente, la imagen típica que nos figuramos es la del momento de excavación o la del trabajo "en el terreno". Sin embargo, esta actividad científica se inicia mucho antes de llegar al campo y continúa mucho tiempo después de terminar una campaña.
Entender a la arqueología justamente como un proceso de conocimiento científico implica diversos aspectos. Por un lado, una formación académica específica que aporta la riqueza conceptual sobre el objeto de estudio. Por otra parte, ser arqueólogx también supone un oficio, en la medida en que se aprende haciendo y en ese camino se forja una mirada entrenada, capaz de hacer foco en “pistas” que otros podrían no reconocer.
Al mismo tiempo, este proceso de construcción de conocimiento científico no se realiza en soledad (aunque la imagen de la o el científico aislado en un laboratorio todavía sigue siendo una de las más reproducidas). Más bien, el quehacer científico se nutre de las relaciones que se forman con otrxs especialistas y con sus producciones y teorías. Pero sobre todo, y especialmente en la antropología y la arqueología, se construye con las personas, comunidades, territorios, objetos e historias que se encuentran en el camino y que le dan un propósito.
En el Día Nacional de lxs Arqueólogxs, recuperamos las voces de arqueólogas y arqueólogos del Instituto de Antropología de Córdoba (IDACOR, CONICET-UNC), para conocer más sobre esta disciplina y las distintas maneras en que como especialistas navegan, exploran, conocen y estudian diferentes temas, comunidades, territorios. Después de todo, según Melisa Rodríguez Oviedo, investigadora del IDACOR, “la arqueología es ciencia y también práctica colectiva”.
Arqueología en el terreno
Llevar adelante una campaña arqueológica, necesariamente requiere de muchas personas (técnicxs y especialistas, de distintos temas y disciplinas), recursos y un tiempo específico dedicado a su organización y planificación.
En este sentido, Melisa Rodríguez Oviedo sostiene que “la arqueología no es solo desenterrar cosas antiguas. Es, más bien, un entramado de preguntas, métodos y decisiones que se juegan cada vez que un grupo de investigadorxs despliega sus herramientas en el campo. Las campañas de excavación comienzan mucho antes de poner los cucharines en la tierra. Implica diseñar un proyecto, conseguir permisos, planificar equipos y logística”.
Para la investigadora, en el terreno cada detalle cuenta: “Desde organizar las cuadrículas hasta registrar cuidadosamente la ubicación de cada fragmento hallado. Las herramientas para excavar no son solo los cucharines y la zaranda, también son las libretas de campo, los mapas, los GPS, las cámaras y, sobre todo, la mirada entrenada que distingue entre un simple guijarro y un artefacto trabajado por personas en el pasado”.
No existe una única forma de llevar adelante la excavación de un sitio arqueológico. En el campo, las y los arqueólogos ponen en juego cuestiones teóricas, técnicas y prácticas, pero también modos específicos de relacionarse con el entorno, el contexto social y cultural y las personas que están conectadas a los sitios. Mirar e interpretar los modos de vida en el pasado cobra mayor sentido cuando las comunidades locales participan y resignifican saberes patrimoniales.
En esta línea, Florencia Arias, becaria doctoral del IDACOR, aporta que “si bien es común pensar a la excavación como momento práctico de registro técnico, también se configura como un proceso reflexivo y de interpretación de los depósitos. En esta instancia podemos empezar a construir relatos sobre la vida de las personas que depositaron estos materiales y sobre los procesos que atravesaron”.
Lo que ocurre “en el terreno” no queda reducido únicamente a la manipulación técnica de ciertos elementos o la lógica del hallazgo. Por eso, Florencia destaca que la reflexividad en la excavación arqueológica se extiende también a la elección de un método de excavación: “Conocerlos, ser flexibles y claros en el registro, permite incorporar las preguntas de los colectivos de investigación en esta instancia de trabajo de campo”.
Entonces, cada material puede revelar modos de vida, vínculos sociales, prácticas cotidianas o creencias. Melisa Rodríguez Oviedo entiende que “lo importante no es el hallazgo aislado, sino el contexto: cómo se relaciona con lo que lo rodea y qué historias permite reconstruir”.
En las ciudades, también
Aunque las imágenes más frecuentes de la arqueología se vinculan a sitios alejados de las grandes ciudades, en la actualidad una parte muy importante de su trabajo ocurre en contextos urbanos, fundamentalmente para resguardar el patrimonio.
En los llamados estudios de impacto arqueológico, lxs profesionales evalúan un área dispuesta a ser intervenida o donde se planifica una construcción, con el propósito de identificar restos de patrimonio cultural y garantizar su resguardo. José María Caminoa, becario postdoctoral del IDACOR, explica sobre esta práctica: “Excavar, prospectar o monitorear una obra civil nos conecta con materialidades que nos fascinan por su potencial para aproximarnos a otros mundos posibles, no desde la utopía sino desde la memoria”.
El especialista destaca que para ello las preguntas de investigación con las que se llega al terreno son fundamentales, como también lo son el equipo que se conforma y las personas con las que se encuentra en el trabajo in situ. En este sentido, sostiene que “en el diálogo entre las personas y las cosas surgen nuevos relatos sobre el pasado y, por qué no, sobre futuros posibles”.
¿Y después del campo?
En las campañas arqueológicas se recoge una gran cantidad de materiales, fragmentos de objetos y restos biológicos, de humanos, animales o plantas. Estos elementos son trasladados a laboratorios y conservados para su estudio, dispuestos a ser observados detenidamente -muchas veces en microscopios- y leídos e interpretados a la luz de la bibliografía específica que acompaña la investigación en curso.
En relación con esta instancia, Catalina Romanutti, becaria doctoral del IDACOR, cuenta: “Gran parte del tiempo lxs arqueólogxs nos encontramos en el laboratorio. Ese trabajo implica algunas tareas que van desde limpiar y acomodar en cajas los materiales que traemos del campo, para un correcto guardado, hasta su análisis específico”.
Un mismo objeto puede ser analizado y mirado de diferentes maneras, el acercamiento depende de la investigación y de la especialización del arqueólogx. ¿Qué observan entonces? Catalina explica que en esta etapa pueden analizar desde sedimentos, hasta instrumentos líticos, restos óseos, carbones, frutos y semillas, tiestos cerámicos y mucho más. “Observamos cuestiones como la presencia de minerales en los instrumentos líticos, el universo de las formas que describen los vasos del sistema conductor en los tejidos de los carbones o el patrón de las inclusiones que poseen los tiestos cerámicos”.
En esta instancia, el trabajo arqueológico tampoco es solitario. Sostener el diálogo entre colegas y con las comunidades de los sitios arqueológicos donde se obtuvieron los materiales arroja luz sobre los resultados analíticos y enriquece las interpretaciones científicas. De hecho, las preguntas iniciales pueden ser reformuladas en esta conversación que involucra objetos y personas, y a medida en que se avanza en el conocimiento de un tema.
En diálogo con otras disciplinas
En el proceso de generar y socializar conocimiento científico, el trabajo interdisciplinario es valioso para obtener resultados más complejos sobre el tema que se quiere conocer. Es frecuente que lxs arqueólogxs se vinculen con especialistas de distintos campos como la botánica, la biología, la zoología y diversas disciplinas de las ciencias sociales.
En esta línea, Victoria Romero, becaria doctoral del IDACOR, aporta su mirada como historiadora e integrante del Proyecto Amenmose, que contribuye al estudio y conservación de una tumba egipcia y que es dirigido por arqueólogas. Desde su experiencia en este equipo interdisciplinario nos comparte: “Las arqueólogas analizan las múltiples temporalidades que componen el sitio, así como las sucesivas intervenciones en la estructura rocosa del monumento funerario, mientra que mi aporte e interés se enfoca especialmente en el relevamiento iconográfico de una de las tumbas tebanas. Además, me interesan los hallazgos vinculados a las prácticas de realización de ofrendas, como la presencia de mesas de ofrendas, vasijas, entre otros elementos rituales de época faraónica”.
Estas conexiones posibilitan mirar un mismo objeto desde diferentes puntos de vista y enriquecer el estudio de ese elemento, espacio y/o cultura, a partir de pertenencias disciplinares específicas, capaces de reconocer nuevas capas para interpretar el pasado.
A partir del relato y la experiencia de cada especialista, podemos ver cómo la arqueología hace foco en lo colectivo. Ya sea durante el trabajo de campo, en el laboratorio e incluso en el momento de estudio, lectura y escritura, ser arqueólogx señala una práctica que se construye junto a otras y otros. En ese camino, la formación científica se pone en diálogo con un hacer que tiene mucho de oficio y que conlleva una práctica social y un proceso de trabajo creativo.
Por Belén Nocioni y Natalia Asselle | Área de Comunicación Institucional del IDACOR.