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Hacer ciencia
Con quiénes hacemos ciencia las y los antropólogos
El conocimiento antropológico se construye con otras personas y comunidades, incluyendo a la comunidad científica. La antropología tiene un potencial enorme para ampliar y recombinar sus conocimientos y para reimaginar, también, otros modos de ser y estar en el mundo. Por Carolina Álvarez Ávila del Instituto de Antropología de Córdoba.
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Con quiénes hacemos ciencia las y los antropólogos
Por Carolina Álvarez Ávila
El conocimiento antropológico se construye con otras personas, a través de la relación nosotrxs/otrxs. Una frase de cabecera de la antropología social es que desentrañamos lo que la gente dice, calla, piensa y hace, y cómo habla de lo que hace. También trabajamos con objetos, seres no humanos (animales, plantas) y en diferentes espacios y territorios.
Las y los antropólogos buscamos acercarnos a distintas personas, comunidades y espacios, a sus modos de vida y a los significados que elaboran sobre sus mundos. Lo hacemos mediante el trabajo etnográfico, que entendemos como una tríada entre método, enfoque y escritura. Una metodología que nos insta a compartir tiempo, quehaceres y espacios con esas personas y en la realidad elegida. Esto constituye nuestro trabajo de campo.
En ese estar ahí configuramos relaciones de cercanía, confianza y familiaridad. Aprendemos, percibimos y pensamos muchas cuestiones que nos resultaban desconocidas y que no imaginábamos. En mi caso, por ejemplo, mis investigaciones me permitieron compartir tiempo y generar vínculos con personas de distintas comunidades indígenas del país. En este sentido, hay algo de artesanal en el trabajo de campo, una práctica y sensibilidad que entrenamos y que dialoga, al mismo tiempo, con un marco de interpretación más amplio: con una comunidad de saberes antropológicos, acumulados por otras y otros colegas y científicos.
Lo que registramos y analizamos lo ponemos a dialogar con otras producciones antes, durante y después del trabajo de campo . De modo que las y los antropólogos construimos conocimiento a partir de las relaciones con las personas, objetos, seres no humanos y comunidades sobre cuyos modos de vida nos interesa investigar, pero también, junto a nuestros colegas. La antropología tiene un potencial enorme para imaginar cómo ampliar y recombinar sus conocimientos, porque su forma particular de construirlos se basa, justamente, en el diálogo/confrontación/tensión entre teorías “nativas" y teorías antropológicas.
La comunidad científica -al igual que las comunidades “nativas”- también dice, calla, piensa, hace y habla de lo que hace. Esto nos importa porque lo producido en el trabajo etnográfico va a convertirse en saber antropológico en tanto se combine, discuta y relacione con lo producido por esa comunidad antropológica y por el mundo científico en general.
Por eso, hacer ciencia también es conformar una comunidad de saberes con sus sentidos de pertenencia y devenir, reglas, prácticas comunes, historia y consensos ( que en la antropología llamamos procesos de comunalización). Según Latour, una comunidad científica implica una determinada manera de movilizar el mundo y volverlo interpretable, junto a otras y otros. Las científicas y científicos construimos y reproducimos sentidos sobre qué es la ciencia, quiénes son nuestros/as colegas, cómo adquiere legitimidad lo que producimos, dónde y cómo circulan y se difunden nuestras producciones. Supone, además, la existencia de determinados procedimientos, espacios y tiempos. Esto se vuelve un contrapunto interesante para algunos discursos actuales, donde constantemente se evalúan y exigen resultados sin considerar los procesos.
No se nace científica o científico. Es la práctica -antropológica, en nuestro caso- y la pertenencia a diferentes instituciones, sistemas nacionales de ciencia como CONICET, disciplinas, y la vinculación con otros lo que nos va haciendo parte de una comunidad de saber y nos constituye como tales. En este sentido, uno de nuestros desafíos es cómo movilizar el conocimiento generado hacia sectores más amplios y a otras comunidades de saberes, de qué manera comunicar mejor y más ampliamente que lo que producimos circula, se combina, y es, por cierto, apropiado en los espacios y personas con quienes trabajamos.
Estos desafíos importan para que la relativa autonomía de la ciencia -en la medida que cuenta con sus propios sistemas de evaluación y legitimación- no sea entendida como una separación de la sociedad. Por el contrario, nuestras investigaciones antropológicas devienen del quehacer con otros e impactan en la vida de personas, comunidades y organizaciones con quienes trabajamos, en múltiples escalas y formas (ver Qué hacemos con la antropología).
Durante y después del trabajo etnográfico movilizamos nuestros saberes y asumimos, también, lo que no sabemos. Revisamos los prejuicios y sensibilidades propias y cuestionamos si las preguntas que nos hacemos son apropiadas o sería mejor hacer otras.
Como dice Viveiros de Castro, “lo que toda experiencia de otra cultura nos ofrece es una oportunidad de realizar una experimentación sobre nuestra propia cultura”. La antropología posibilita conocer y reimaginar otros modos de ser y estar en el mundo.
Escrito por: Carolina Álvarez Ávila.
Edición y Comunicación: Belén Nocioni y Natalia Asselle.