- Noticias / El microscopio egipcio
Antropología desde casa
El microscopio egipcio
Compartir en
redes sociales
En tiempos de pandemia, Bernarda Marconetto, investigadora de IDACOR – Museo de Antropología y directora del Departamento de Antropología de la FFyH–UNC, hace zoom en la situación de Egipto y reflexiona sobre la relación entre la arqueología y el turismo que vive esa comunidad. “El Covid-19 –dice–, exalta la xenofobia aunque no hace más que poner de relieve algo que no es nuevo”. Por el momento, incrementa el miedo, agudiza situaciones vulnerables e “infecta la certeza de ser todxs potenciales infectables e infectantes”.
Mirar a través de un microscopio tiene su encanto. Lo que allí vemos tiene una estética particular dada porque uno se encuentra desconociendo algo que en teoría conoce. Asomarse por primera vez a un microscopio es maravilloso, colores, formas y texturas nuevas aparecen ante nosotros. Primero todo es confuso, no entendemos que es lo que miramos hasta que, con tiempo, empezamos a entender esa trama y (re)conocer cosas que teníamos conocidas desde otro lugar. Por otra parte, lo que hace un microscopio es trabajar con un factor de magnificación, si hay un verbo que asignar a lo que hace el microscopio, ese verbo es magnificar. Un microscopio nos permite ver -y de manera magnífica- algo que no hubiéramos visto a simple vista. Curiosamente, Egipto, lugar en el que estoy trabajando hace unos años, presenta una analogía muy interesante al microscopio. Asomarse por primera vez a ese mundo genera la misma sorpresa y confusión, al tiempo que, su indiscutible magnificencia, nos ayuda a ver de manera magnificada algunas cuestiones que nos atraviesan como comunidad y como arqueólogxs.
Desde hace siglos, las pirámides, templos y tumbas de Egipto han atraído a visitantes extranjeros. Hasta hace no más de un mes, con el turismo globalizado, podíamos encontrar en los puntos turísticos más álgidos, gente de casi todos los rincones del planeta. Esto mueve un alto porcentaje de la economía egipcia.
Egipto, un país que actualmente cuenta con 100 millones de habitantes, se perfiló en un tiempo con alto potencial para la industria. Entre fines de los 50 y su muerte en 1970 las acciones de Gamal Abdel Nasser habilitaron un aumento de la producción agrícola y la aceleración de la industrialización. El siguiente gobierno, el de Anwar el Saddat, impulsó lo que se llamó política de Infitah (o de apertura) que apuntaba a atraer la inversión extranjera y promover las relaciones con los Estados Unidos. En 1975, más del 40% de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza y alrededor de la capital se estaban desarrollando barrios marginales. Además, el país acumuló una deuda monumental durante los años de Infitah.
Para reestructurarla, el FMI pidió la abolición de todas las subvenciones a productos básicos, entre otras reestructuraciones que solemos conocer por estas tierras… En 1978, Saddat fue galardonado junto con el primer ministro israelí, con el Premio Nobel de la Paz por los acuerdos de paz de Camp David; en 1979 se inscriben como Patrimonio de la Humanidad, Guiza, Luxor, Abu Simbel, el Cairo histórico y Abu Mena. Difícil disociar todos estos eventos…
Entra así en la ecuación de la no industrialización la importancia del Patrimonio y el aumento del turismo como actividad económica relevante. En este escenario, la baja del turismo se presenta como letal para la economía de una gran parte de la población que se vuelve muy vulnerable ante la ausencia de visitantes extranjeros. Esta vulnerabilidad se acentúa con el miedo. Miedo al miedo. Miedo al miedo de los turistas que por alguna razón pueden dejar de visitar Egipto, como el mal recordado noviembre de 1997, cuando la masacre en el templo de Hapshetsut en la región de Lúxor dejó más de 50 muertos, todos turistas de diferentes puntos del planeta. Los relatos acerca del cotidiano de los pobladores de Lúxor después de ese episodio son muy fuertes y alguna poca tinta se ha derramado acerca del caso. El turismo prácticamente desapareció lo que llevó a una situación, que pagaron caro hasta los caballos que suelen transportar a los visitantes en las calesh, me contaron que muchos morían de hambre dado que era inviable comprarles alfalfa. Hoy el virus reactualiza una vez más esta situación, aunque con algunas variantes.
Ya no se trata de que los visitantes teman llegar a esas tierras por miedo a algún atentado terrorista (de esos que también pueden tener lugar en cualquier país europeo, incluso con más frecuencia) o por miedos nacidos en diversas suertes de islamofobia. Contra estos temores hay algunas vacunas que proveen el marketing turístico, los bajos precios locales, la militarización y dispositivos de seguridad con performances a veces extravagantes.
El Covid-19 dio vuelta el espejo, esos turistas venidos en barcos que, estacionados uno junto a otro, convierten el Nilo en un barrio de departamentos ya no deben venir. Ya no valen los esfuerzos en invitarlos a una casa segura (en la que pocos creen ya que se refugian en sus departamentos acuáticos). Junto con algunas guineas, los forasteros también trajeron nuevos diminutos turistas que asaltan preguntando ¿la bolsa o la vida?
Desinfectar(nos)
Dado que toda esta historia, como la pasta y la pólvora, parece haber nacido en China y de ahí al mundo, no puedo evitar recordar un episodio que hoy me resuena en medio de la pandemia traída por un virus que afecta la respiración de los humanos de todo el planeta por igual.
El 31 de enero de 2019 se celebró un simposio en el Museo de la Momificación en Lúxor, en el que el Getty Conservation Institute anunció la finalización de un proyecto de colaboración entre el GCI y el Ministerio de Antigüedades de Egipto, centrado en la conservación y la creación de un plan sostenible para la gestión continua de la tumba Tutankamón. Un power point mostraba el plan de gestión, una de las cuestiones relevantes era regular cuanta gente respira dentro de la tumba ya que esto favorece la formación de hongos que afectan a las pinturas. Desde 1922, la tumba de este joven faraón ha sido visitada por realmente millares de extranjeros que respiraron en su interior, sin embargo, las fotos de la presentación notoria y recurrentemente mostraban turistas chinos. Me pregunté en ese momento si acaso la respiración de europeos y orientales era distinta. Sentí incomodidad ante las ilustraciones, incomodidad que se repite cuando noto que en el pequeño pueblo que habito, el lugar más seguro para abastecerme es el supermercadito chino, porque sé que estaré sola sin vecinos a ni a 2 ni a 50 metros. El Covid-19, entre otras cosas, exalta la xenofobia aunque no hace más que poner de relieve algo que no es nuevo. Qué trae de nuevo lo sabremos más adelante, por el momento sólo la infecta certeza de ser todxs potenciales infectables e infectantes.
Hace unos días vi en las redes sociales que se promocionaban acciones del Ministerio de Turismo y Antigüedades Egipcio tendientes a desinfectar las áreas arqueológicas del país. El Ministerio de Antigüedades se unió al de Turismo hace pocos meses, hasta noviembre del año pasado era una cartera independiente. La masividad del turismo que consume “antigüedades” y los ingresos que esto genera se ve plasmada en esta unión como política de Estado. El comunicado del Ministerio acerca de las acciones insistía en dos palabras: Esterilización y Desinfección (o limpieza, la raíz de ambos términos es la misma). En un pequeño comunicado de media carilla conté 6 veces el uso de cada una de estas palabras.
Las imágenes de fumigaciones realizadas por personal cubierto de equipamiento (barbijos, guantes, equipos de fumigación) en los sitios arqueológicos contrasta fuertemente con las que suelen verse de esos lugares.
Vuelvo al inicio a la reactualización y variación respecto de situaciones ya vividas. ¿Es acaso esto un modo de mostrar que la casa es segura y además está limpia? Tal vez. Aunque tal vez en un mundo ya vivido esa estrategia funcionaría, pero hoy una casa limpia, desinfectada, no alcanza. Quien entra a casa debe también estar limpio y desinfectado. Todo fue esterilizado, limpio, desinfectado de toda traza viral que los innumerables “consumidores de antigüedades” pudieran dejar en los monumentos, bares, check points, librerías, puestos de venta de souvenirs o trencitos que se encuentran en las zonas arqueológicas. La raíz طهر (limpiar) se encuentra en el término تطهير (desinfección), تطهير عرقي es limpieza étnica y تطهير روحي refiere a limpieza espiritual a purificar. Estéril عقم por su parte es una palabra fuerte, con connotaciones negativas, particularmente en el Said (sur de Egipto donde se encuentran las zonas arqueológicas de Lúxor y Asuán). La esterilización تعقيم llevada a cabo tal vez da cuenta de un matrimonio que ha quedado estéril, el del Turismo y las Antigüedades, o al menos, nos invita a la certeza de que ya no darán descendencia fértil. Sin embargo, es sabido en particular por las mujeres del Said, que, para escapar a la esterilidad, muy lejos de la patrimonialización globalizada y la gestión estatal, los sitios arqueológicos cumplen un rol relevante… Tal vez, como ya varios colegas han remarcado, es tiempo de prestar realmente atención a esos saberes locales y tornarlos serios en términos de que nos permitan quebrar sentidos propios y cuestionar nuestras categorías. Categorías a las que nos aferramos y son tan endebles que un microscópico virus puede ponernos en jaque dejándonos entrampados en la opción entre la bolsa o la vida.
Mientras tanto, el mercado con sus colores y olores está apagado, los botes no cruzan el Nilo, nadie ofrece gritando sus mercancías, ni pregunta do you know how much!?. Mi amigo Sameh logra volver a su casa en el Cairo, había quedado varado allí después de la temporada de campo, me manda imágenes de una Lúxor desconocida, tan vacía y muda como la necrópolis, se le nota la tristeza en los mensajes, espero podamos volver pronto escribe. Inshallah…
Por Bernarda Marconetto, Directora del Departamento de Antropología de la FFyH, UNC, investigadora del Instituto de Antropología de Córdoba, CONICET - Museo de Antropología, UNC.