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Religiones en Córdoba
Notas sobre la aparición de un partido evangélico en Córdoba
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MASFE es el Movimiento de Acción Social Federal, un partido político emergente, presente en diversas provincias de Argentina y que, en abril de este año, se presentó en Córdoba de la mano de Alejandra Páez, pastora de la iglesia Templo La Hermosa, de barrio Cárcano, al sur de la ciudad. En un escenario marcado por una mortífera segunda ola del COVID-19, crisis económica e inicios de la campaña para las elecciones legislativas nacionales, lxs evangélicxs vuelven a hacerse notar, esta vez, con la expresión de un partido político evangélico.
El contexto latinoamericano no es el más alentador: avance de formaciones políticas, de corporaciones empresariales y de gobiernos con agendas conservadoras y neoliberales, en medio de una crisis socio-sanitaria global. La expresión más cristalizada es el gobierno de Brasil, donde una manifiesta alianza con sectores evangélicos fundamentalistas (también con otros sectores conservadores) redunda en la declinación de la fuerza del Estado respecto al resguardo de derechos sociales, civiles, indígenas. O Colombia durante el año 2016, cuando grupos evangélicos se movilizaron por el voto negativo al Plebiscito de Paz. Allí también frenaron el proyecto para una Educación Sexual Integral en los ámbitos escolares. O Bolivia, en 2019, con la exhibición de la Biblia, símbolo que reverbera conquista y colonización, en la asunción a la presidenta de facto Jeanine Áñez.
Esta y otras alusiones movilizan temores entre los sectores progresistas de la sociedad argentina con la expansión de un partido político religioso, en particular, evangélico. De hecho, no es necesario forzar la memoria para recordar la alternativa electoral de cuño evangélico “Valores para mi País” y su militancia contra el matrimonio igualitario y la IVE. Sin embargo, todo pánico impide ver con claridad el tipo de fenómeno con el que lidiamos. En esta nota, intentaremos plantear algunas dimensiones históricas y culturales a fin de problematizar el asunto.
Grupos evangélicos y alternativas políticas evangélicas
MASFE surgió en Mendoza de la mano de Héctor Bonarrico, hoy en día su principal referente. El pastor y apóstol fue elegido Senador Provincial en octubre de 2017 tras una coalición local entre MASFE con el Partido Intransigente y Fuerza Protectora. En sus años de gestión, presentó una agenda política conservadora, opuesta a temas relacionados al género, hizo declaraciones de tono negacionista y a favor de que “el Ejército se haga cargo de la seguridad”. El partido llega a Córdoba de la mano de Alejandra Páez, pastora junto a su esposo (también pastor) de la Iglesia Templo La Hermosa. Con una trayectoria extendida entre sectores vulnerables, su iglesia se caracteriza, entre otras cosas, por la fuerte presencia de mujeres en diferentes “ministerios”, como el de alabanza y adoración, donde un grupo de instrumentistas y de cantantes ensalzan a Dios al ritmo del cuarteto. Mientras Alejandra carga el mote de “pastora de las chicas trans”, Bonarrico, por su parte, se opuso en el congreso al cupo laboral trans. Diferencia sobre la cual es prematuro hipotetizar.
En sus prédicas, vimos a Alejandra enfatizando el uso de palabras como “autoridad”, “gobierno”, “poder” como parte de un lenguaje asociado a las prácticas de liberación de malos espíritus y la férrea creencia en los milagros como abordaje sui generis. En este tipo de corrientes, pastores/as y creyentes interpretan gran parte de los problemas sociales y asuntos individuales desde el prisma de una “guerra espiritual”. Depresión, pobreza, delincuencia, corrupción están dotados de ánimas o seres espirituales con los cuales hay que librar una batalla. Las armas evangélicas a disposición son, por ejemplo, la oración, el apego a la autoridad espiritual pastoral y la Palabra (bíblica). De esta manera, algunxs creyentes se libran de “espíritus de pobreza” y se encaminan a la prosperidad. De forma análoga, también se organizan redes de oraciones por la “clase política” o la pandemia.
Estas expresiones evangélicas fueron tenidas en cuenta por antropólogxs y sociólogxs a fin de ofrecer explicaciones sobre su gran expansión. Algunxs llamaron la atención de innovadores procesos de apropiación de los mensajes evangélicos desde matrices étnicas y populares. Otrxs, de la permeabilidad de estas corrientes universales a los marcos culturales de nuestras sociedades mágico-religiosas. Desde estos puntos de vista, podría comprenderse la iniciativa evangélica a dar ese salto para “meterse en la política”; esa arraigada estructura de intercambios de bienes y prestigio atravesada por dispositivos estatales, agentes del gobierno, partidos políticos, líderes y lideresas de movimientos sociales, sindicatos, etc. Inclusive, habría que preguntarse si en algunos casos la inserción en estas redes no es previa a las redes evangélicas. Como expresó Alejandra Páez a La Voz del Interior: “No nos metemos en el barro de la política; en el barro estábamos antes de que Dios nos sacara de allí”.
En su declaración de principios, MASFE destaca la necesidad de una política federal, demográfica, terminar con la dependencia financiera, integración entre los países de América Latina, rechazo a las dicotomías “anti” y “pro”. Coloca a la Biblia como antecedente discursivo de Derechos Humanos, recordando la centralidad que ostenta la misma entre los fundamentalismos. Y destacan la solidaridad cristiana que “proviene de la búsqueda del bien común y de la justicia social”. Quizá, en un astuto movimiento de obtener provecho político de las creencias religiosas o sacar provecho religioso de las creencias políticas, estas y otras expresiones, tanto cristianas como de cuño peronista, están presentes en el estatuto de MASFE y en sus redes sociales. No obstante y en concreto, Alejandra Páez nos expresó que fue el agravamiento de la situación sanitaria y económica lo que motivó a ella y otras pastoras a insertarse en la política partidaria.
Las evangélicas y las mujeres en la política
Si bien la figura de Cynthia Hotton, dirigente del partido Valores para mi País, se posicionó en los últimos lustros como principal figura de una alternativa electoral de matriz evangélica, los evangélicos varones han sido históricamente quienes más han participado de disputas políticas y partidarias en distintos momentos de la historia del país. De manera congruente, MASFE, a nivel nacional, se articula en la figura del pastor mendocino Bonarrico. Sin embargo, en la provincia de Córdoba, la cabeza del partido es una mujer de mediana edad, madre de siete hijas, activista social y pastora evangélica. Tras sus años de ministerio espiritual y como testigo de las consecuencias que la crisis sanitaria y económica tiene entre su gente, Alejandra decidió formar un frente político con 80 pastoras de trayectoria similar a la de ella: “Frente de pastoras cristianas”.
En el acto de presentación de MASFE en Córdoba, también estuvo presente Verónica Narvae, referente barrial y presidenta de la Fundación “Madres Incansables”, nombre que refiere a aquellas madres que, con propio tesón, sacan adelante sus familias frente a las más diversas situaciones críticas. La presencia de Verónica da cuenta de un trabajo conjunto, de redes sostenidas por mujeres para abordar crianza, alimento, vestimenta, salud, etc. ¿Acaso la feminización de la política nacional está alcanzando a MASFE o la feminización de las organizaciones de base, incluyendo a iglesias evangélicas autónomas, se afianza en las plataformas políticas evangélicas?
Las mujeres, históricamente, han tenido activos roles en actividades dentro de las iglesias evangélicas, pero sin ocupar espacios de jerarquía y autoridad religiosa. En algunas denominaciones, las mujeres (aún) tienen prohibido el ejercicio de un “ministerio público”, como se denomina a los espacios de servicio para edificación de la iglesia: por ejemplo, ministerios de alabanza, de evangelización, de jóvenes, etc. Sin embargo, esta invisibilización se modificó en las últimas décadas y encontramos mujeres ocupando cargos de pastoras, profetas y lideresas en grupos como pentecostales, neopentecostales, metodistas, valdenses y otras de corte independiente. Al mismo tiempo, un creciente movimiento de mujeres feministas cristianas (evangélicas y católicas) propone disputas de sentidos dentro de sus grupos o comunidades. De modo convergente, muchas mujeres creyentes que no se identifican como “feministas” en su vida cotidiana y espacios religiosos disputan sentidos, espacios, normas y doctrinas allanando obstáculos para su desarrollo personal y espiritual.
Los grupos religiosos, como otros espacios rubricados por el patriarcado, han participado de la naturalización de las relaciones desiguales entre los géneros. No obstante, las comunidades de fe también han sido un terreno fértil para el desarrollo personal de mujeres que encuentran allí la posibilidad de ir más allá del mundo privado del hogar y de los límites establecidos por condiciones sociales o económicas. Asimismo, constituyen espacios donde mujeres de cualquier edad desarrollan vocaciones artísticas, se capacitan en oficios, adquieren competencias comunicacionales, se constituyen como referentes de otras mujeres y asumen roles de autoridad ante su comunidad. ¿De qué manera las mujeres evangélicas cordobesas influenciarán MASFE y a la política cordobesa?
La presencia de mujeres en cuadros políticos no trae aparejados necesariamente cuestionamientos a las estructuras que sostienen las desigualdades sobre las mujeres. Tampoco la perspectiva de géneros sobre problemas tales como la feminización de la pobreza, el desempleo entre las jóvenes, los embarazos adolescentes, la violencia de género, la violencia obstétrica y perinatal, etc.
Imaginar laicidades en una sociedad diversa
En un Estado cuya Constitución Nacional sostiene el culto católico, la aparición de otra alternativa electoral religiosa no parece una novedad. En una sociedad trazada por diversos grupos y creencias mágicas, espirituales, religiosas, tampoco. Sin embargo, la configuración de “partidos religiosos” aparece como novedad y controversia. Básicamente, porque lxs evangélicxs son la primera minoría religiosa en el país y porque la presencia de algunos grupos en el espacio público en los últimos años gravitó en torno a agendas conservadoras.
No sorprende, entonces, que algunos sectores progresistas se alarmen, homogeneizando un campo diverso, complejo y de larga data en el país. Tampoco que sectores de derecha, hoy oposición, intenten aprovechar todo tipo de mediadores que los vinculen con aquello que desprecian y que, por lo tanto, poco conocen: los sectores populares. Estas reacciones parecen horadar más el asunto en lugar de comprenderlo y buscar respuestas más allá de la coyuntura.
Las iglesias evangélicas, hace décadas, dedican esfuerzos a la recuperación de jóvenes en adicción. Trabajan con mujeres que se practicaron un aborto sin acompañamiento, en una sociedad que las denigra y una justicia que las criminaliza. Organizan ministerios de la infancia para abordar y prevenir abusos contra la integridad de niñas y niños. Esta construcción popular de una terapéutica con acervo evangélico sobre problemas sociales, en donde el milagro y otras experiencias de lo numinoso tienen un rol central, son cuestionados por algunos sectores de la sociedad. Es paradojal que entre esos críticos sean frecuentes las prácticas espirituales iluminadas por tradiciones orientalistas u otras alternativas que se combinan con el modelo biomédico. Una actitud etnocéntrica y jerárquica hacia la diversidad que debiéramos revisar para pensar sin tantos prejuicios palabras como secularización y laicidad.
Frente a las diversas concepciones de salud, enfermedad, vida y muerte provenientes de los sectores populares, no basta con anteponer los buenos marcos morales del relativismo cultural. Es en los márgenes donde más evidente se hace el enflaquecimiento del Estado, las desigualdades que provoca el neoliberalismo y el vilipendio que producen los modelos culturales hegemónicos. A la segregación social que vive la mayor parte de la población, le sigue la mirada etnocéntrica sobre sus identidades socio-religiosas, porque, infelizmente, las identidades religiosas son esencializadas, incluso por la academia.
Es en este contexto, sumada la pandemia que todo lo agrava, donde surgen propuestas electorales evangélicas, con un montón de buenas voluntades, pero con un montón de dificultades si una interpretación de la Biblia se antepusiera a la conquista de los derechos de muchos, muchas y muches, ¿acaso la libertad religiosa (o lo que determinados grupos entienden como tal) puede anteponerse al derecho por la diversidad ontológica y epistemológica o la autodeterminación de los Pueblos Originarios? Para peor, el escenario global actual está dinamizado por la violencia política, neoliberalismos sedientos de re-inventarse, creciente brecha entre ricos y pobres, polarización político-ideológica; un caldo de cultivo que horada las democracias y el principio humano de mirar a lxs otrxs. Urge preguntarnos qué lugar tuvieron, qué lugar tienen y qué lugar le daremos a la diversidad para evitar extinguirnos entre nosotrxs.
Habrá que pensar críticamente este escenario y estar atentxs al desarrollo de esta y otras propuestas partidarias religiosas o no religiosas. Mientras tanto, creemos que es preciso evitar el apego a un imaginario de sociedad secular que, en rigor, no somos y el apego a un tipo ideal de laicidad relativo a historias y sociedades que no son las nuestras. Tomar nota de que ninguna reforma de la Constitución Nacional ni ningún gobierno argentino a lo largo de la historia generó reales bases para una política de laicidad, en el sentido de un instrumento sensible a las culturas locales y a los principios democráticos a partir del cual se deberían gestionar las interacciones entre lo estatal y los más diversos agentes del campo religioso.
Si queremos sortear la coyuntura y pensar en el futuro del país, es necesario imaginar una laicidad acompañada de una política de diversidad religiosa libre de todo tipo de etnocentrismos, de católicocentrismo, pero también libre de sesgos antirreligiosos (que obliteren las identidades de muchxs). Un Estado que, por ejemplo, no financie al culto católico; que genere instrumentos para abordar la violencia religiosa y el abuso espiritual por parte de líderes religiosos; que colabore en procesos de reconocimiento y diálogo entre religiones y entre estas con grupos de la sociedad civil, etc. Y, claro, necesitamos un Estado (no apenas un gobierno) que se afirme en garantizar la diversidad cultural, la salud integral, el acceso a la naturaleza y a la tierra, entre otros derechos para una vida digna.
*Por Mariana Espinosa, Melisa R. Sánchez y Almendra Fantilli para La tinta
Imagen de portada: Javier Ferreyra.