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Bicentenario del Archivo General de la Nación
Huellas y espejos
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Desde la fotografía una mujer me mira. Tiene el pelo tupido, lacio, renegrido. Las arrugas ya surcan su rostro. Sus pequeños ojos parecen mirar algo más allá. Una sonrisa apenas esbozada le dibuja un paréntesis a los lados de la boca. El torso anciano y desnudo es enmarcado por un ajado quillango. Su cintura se ciñe en ropas rotas y desgastadas. La mujer mira a la cámara con una sonrisa de lado y el mentón ligeramente levantado. Irónica, hermosa.
Corre la penúltima década del siglo XIX y capturados, despojados de sus tierras y de su antigua vida, las gentes de los caciques Sayeweke, Inakayal y Foyel, “los últimos indios que resistieron a la campaña del desierto”, son llevados cautivos a Buenos Aires –primero- al Museo de La Plata –después- . Y, en el tránsito, fotografiados.
La mujer se llama Tafá y su imagen se inserta en una serie de fotos tomadas al grupo, donde hombres, mujeres y niños posan serios, desafiantes, inmensamente tristes. “Tafá, india alacaluf, de la gente del cacique Inacayal” –reza el anverso de la foto en letra cursiva- mira a quien la retrata de frente, y su sonrisa se eleva como un relieve entre el resto de los rostros. ¿Quién fuiste, Tafá? ¿A quién sonreías?
“Tafá, india alacaluf, de la gente del cacique Inacayal, en el Museo de La Plata, 1887”. Archivo General de la Nación, fondo Acervo Gráfico Audiovisual y Sonoro. Código: AR-AGN-AGAS01-Ddf-rg-2508-289855
Tafá – relata Ten Kate, un antropólogo holandés que trabajaba en el Museo- “actuaba entre la gente del cacique Inakayal en calidad de sirviente. Tenía carácter reservado (…) rencorosa; la expresión de su cara era habitualmente triste y atontada, sin que se notaran cambios como exteriorización de sentimientos; muy taciturna; se dedicaba de manera especial a la cocina; no manifestaba gustos particulares; sin sensualidad; sin orgullo, sin generosidad; indiferente aunque astuta, irritable hasta la querella". Tafá resalta entre las biografías mínimas de las mujeres del grupo, registradas sin nombre propio, tan solo como “mujer de” o “hija de”, opacadas bajo el gentilicio de su “raza”, agraviadas por el calificativo de “chusma”. Tafá –por alguna razón- es registrada por su nombre, y por la emocionalidad oscilante de quien resiste a la deshumanización. ¿Cómo eras antes de volverte taciturna e indiferente, Tafá?
Tafá murió en el Museo el 9 de octubre de 1887, “a una edad muy avanzada, pero sin canas”.
Medio siglo más tarde, en un volumen de la revista del Museo de La Plata titulado Iconografía aborigen, Milcíades Alejo Vignati reprodujo las fotografías de los indios e indias cautivos. Al retrato de Tafá, al relato de Ten Kate, agrega un macabro epílogo: en las colecciones del Departamento de Antropología, se conservan, además de su esqueleto, el cerebro, el cuero cabelludo, la mascarilla y el molde de la mano izquierda.
¿Qué clase de muerte te dieron, Tafá? ¿A qué te redujeron?
Las fotos de los últimos indios capturados tras la campaña del desierto, prisioneros de la ciencia al decir de Fernando Pepe, funcionan como mojones que nos permiten trazar continuidades en procesos de más larga duración. La violencia ejercida sobre esos sujetos, eliminables, hechos piezas de exhibición, fragmentos, objetos, trofeos, recorre e interpela a la longeva historia de la violencia estatal en Argentina y a sus políticas para con los cuerpos de los otros y otras.
Pero el Estado que, como señalan Olmo y Somigliana, “con una mano mata y con la otra escribe” -y podríamos decir, también, colecciona- no es indemne a las líneas de fuga que anidan entre lo que queda y lo que viene, entre los pliegues de los documentos y las miradas futuras.
En eso que queda, los rostros y restos de los vencidos se transforman en huellas donde su humanidad resiste. Como la grieta en la superficie del papel que abre la sonrisa de Tafá. Para desde allí asomarnos a su mundo, e intentar rearmarla.
Tafá, un siglo y medio después, me mira desde la foto con ojos pequeños y una sonrisa irónica. Me hace inclinar ligeramente la cabeza, levantar el mentón, copiar la sonrisa, escribir sobre ella. Tafá en su imagen en blanco y negro, con sus ojos pequeños y su sonrisa de lado, es huella y espejo. Un espejo para que otras –como dijera otra mujer condenada al olvido muchos siglos antes- sigamos hablando de nosotras.
Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.
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