Trabajo de campo #2 | Entrevista a Gustavo Sorá

Trabajo de campo: Cultura escrita, mundo del libro y circulación de las ideas

¿Cómo circulan las ideas? En esta segunda entrega de Trabajo de campo, indagamos sobre el trabajo etnográfico de Gustavo Sorá, un antropólogo entre elites y escenarios de la producción cultural global. El libro como el artefacto de mayor incidencia en la imposición de sistemas simbólicos, las derivas de estas producciones hacia los públicos y lo público, la interdependencia entre autores, lectores y mercado editorial. Y también, algunas pistas para pensar las ciencias sociales, especialmente la antropología, como el espacio para generar nuevas interpretaciones de la realidad.


Trabajo de campo #2

Cultura escrita, mundo del libro y circulación de las ideas: el trabajo de campo de Gustavo Sorá

Gustavo Sorá es antropólogo, investigador del Instituto de Antropología de Córdoba, profesor titular del Departamento de Antropología de la FFyH y corresponsal extranjero del Centre de Sociologie Européenne (EHESS-Francia).

Realiza estudios sobre el libro y la edición, investigaciones sobre la circulación internacional de ideas y antropología e historia social de las ciencias sociales. Desde inicio de los años 90 emprende investigaciones etnográficas sobre ferias internacionales de libros; sobre la génesis y evolución de mercados de libros nacionales (argentino, brasileño, mexicano) y de espacios editoriales trasnacionales (iberoamericano); sobre prácticas de traducción, trayectorias sociales de intermediarios de mercados de bienes simbólicos, intelectuales y científicos sociales.

¿Cómo circulan las ideas? En esta segunda entrega de Trabajo de campo, indagamos sobre el trabajo etnográfico de un antropólogo entre elites y escenarios de la producción cultural global. El libro como el artefacto de mayor incidencia en la imposición de sistemas simbólicos, las derivas de estas producciones hacia los públicos y lo público, la interdependencia entre autores, lectores y mercado editorial. Y también, algunas pistas para pensar las ciencias sociales, especialmente la antropología, como el espacio para generar nuevas interpretaciones de la realidad.


Entrevista
¿A dónde se sitúa tu trabajo de campo, en qué espacio y con qué comunidades?

De modo general, el trabajo de campo en estas áreas de especialización puede realizarse en cualquier ambiente donde se demuestre cómo las relaciones sociales y simbólicas son construidas por mediación de la escritura, en el ámbito privado y público, allí donde existan “publicaciones”. Desde un punto de vista tradicional, mi trabajo de campo se ha desarrollado con más intensidad en Ferias Internacionales de Libros (FIL), exposiciones profesionales y multitudinarias que congregan a todas las figuras de la producción, circulación y apropiación de la cultura escrita, a través del artefacto de mayor incidencia en la imposición de sistemas simbólicos: libros. Sostengo la premisa que desde los albores de la disciplina plantea que la observación y comprensión antropológica es más sensible y profunda, cuanta más distancia pueda lograrse con el objeto. Esta puede ser cultural, geográfica, siempre psíquica y emocional. Si bien me apasionan los libros, logro ciencia cuando desacralizo, cuando se logran conocer las personas y acciones humanas por detrás de lo publicado. Esta es una dimensión sociológica inconsciente, no abordable por el lector, incluso denegada, en el sentido psicoanalítico de este concepto, porque da relieve a los factores que hacen de la cultura un mundo encantado. Si bien siempre he prestado atención a la FILBA, mis principales trabajos etnográficos los realicé en el extranjero: los más importantes y prolongados fueron en Frankfurt (el evento de mayor impacto global), en Río de Janeiro y São Paulo; otros en París, Guadalajara y Madrid-Barcelona. 

También he realizado contribuciones en el terreno de lo que se denomina etnografía de archivos. Los sentidos de un documento no son estables, neutros, objetivos. Dependen de las interacciones humanas entre quienes depositaron, custodian, utilizan; un proceso histórico, selectivo, de controles, de negociaciones. Un espacio social como cualquier otro que debe ser interpretado entre los elementos vitales que orientan los significados de lo que el investigador pueda leer en un documento.

Contemplo una visión amplia de lo que es el trabajo de campo en antropología, el cual puede ser concebido como mediación específica de conocimiento, aunque no se vaya al terreno en una campaña para el registro de información. El requisito es no perder distanciamiento crítico y la intención de reconstruir dinámicas sociales como suceden en su expresión cotidiana, en ambientes muy diversos, como si estuviéramos filmando con aguda consciencia interpretativa, comunicando escenarios de relaciones humanas en la vibración de las prácticas. Cuando esa antena está activa, es posible pensar que realizo trabajo de campo cuando en bibliotecas y archivos (aún en mi propio hogar) reconstruyo colecciones, catálogos, historias de intelectuales, experiencias colectivas en la publicación de ideas, en el presente y en el pasado también.

Foto: Gustavo Sorá realiza trabajo de campo en la Feria del Libro de Frankfurt, año 2011.


¿Cuál es el tema de investigación o lo que te interesa abordar o preguntarte en tales trabajos de campo?

Al igual que los rituales más significativos en cualquier colectividad, las FIL expresan los espacios y tiempos de mayor intensidad social y cultural, donde y cuando todos los miembros de una comunidad, en este caso de la cultura impresa, se sienten obligados a asistir. Los editores, por ejemplo, suelen decir que van a las ferias “para dar la cara al mercado”: dejarse ver, someterse al juicio ajeno, medirse por oposición a concurrentes, ofrecer la cara, lo más sensible de una identificación personal. Además de la presencia física del editor (como vestirse, como seducir, como granjear relaciones de alianza, de amistad decisivas para canalizar “buenos negocios”) los expositores trabajan para iluminar (un stand como pequeño teatro, digamos) su documento de identidad: los catálogos.

En las ferias escritores y lectores quiebran la frontera mágica del objeto que los separa en espacio y tiempo, y pueden encontrarse cara a cara, no de modo fortuito o aleatorio. Editores, traductores, libreros, agentes literarios, organismos públicos y privados de diversa naturaleza, compiten y se enfrentan en luchas por la selección, clasificación e imposición de valores e intereses culturales. Lo esencial es no perder de vista que tales escenarios humanos se articulan en mercados, es decir bajo prácticas que también se explican por fuerzas de naturaleza económica y por ende también política. El tema es relevante ya que permite explicar dimensiones genéticas (las ferias como “plazas de mercados”, como puntal para la emergencia de relaciones específicamente económicas desde la antigüedad), sociológicas y políticas desde indiscutidos centros de poder a escala global.

Podemos decir que es una antropología de las elites de la cultura impresa que me estimuló a expandirla en múltiples sentidos. Por ejemplo, estudios sobre los flujos de traducción y las condiciones sociales de la circulación internacional de ideas. Entre todos los procesos que condicionan su flujo, la traducción ha sido y es la dimensión más poderosa y por ende deseada para todo aquel que escribe con intensiones “públicas”, para lo cual precisa al menos de un editor. ¿Cómo perduran y se expanden las ideas? En sentido histórico apuntamos a fenómenos como la reedición; en sentido geográfico, a la traducción; índices de prácticas de reconocimiento, de consagración, de legitimación que, inconscientes para el receptor, seleccionan las obras e ideas que trascienden el presente y cruzan fronteras interlingüísticas, regionales, continentales.

Foto: entorno urbano de la Feria del Libro de Frankfurt.
Foto: Gustavo Sorá realiza trabajo de campo en la Feria del Libro de Frankfurt, año 2011.


Con relación a esas intenciones “públicas”, ¿de qué manera dialoga el mundo de los editores y agentes literarios con los públicos (no especialistas ni académicos) y con lo público (como hecho cultural)?

Mi investigación muestra, entre otras cosas, que las ideas no se transmiten solas, ni todas, por más que sean consideradas bellas, inteligentes, necesarias. Para responder a esta inquietud tenemos que pensar dos categorías: la edición y el libro, una práctica y un objeto de la cultura material que forjó la conexión de las relaciones globales desde la antigüedad. Lo público refiere a un tipo de ordenamiento social y cultural propio de los Estados modernos, que articula un sistema de palabras como nación, ciudadanía, lector, política, democracia, escuela, en fin, cultura en el sentido de marco de representaciones y prácticas comunes, que dinamizan el entendimiento para la convivencia en las sociedades estratificadas, de clases, las cuales son por naturaleza desiguales y conflictivas. El hecho es que lo público no es un orden dado, ni homogéneo. Es el resultado de las acciones para publicar discursos, es decir formatearlos de modo tal que los mismos conecten sujetos que no comparten relaciones interpersonales, directas. Para tales acciones desde finales de la modernidad se diferenciaron especialistas que de modo general debemos pensar como “intermediarios” de la comunicación.

Cuando leemos algo publicado nunca es la versión final que un creador dio a un manuscrito en el escritorio de su laboratorio o de su casa. Los editores no apenas envasan las ideas en recipientes que ellos saben llenar (libros, periódicos, discos, películas, etc.), sino que siempre intervienen en la recreación del original, muchas veces alterando profundamente los mensajes, su sintaxis y sentidos, en función del control que ejercen sobre los públicos que ellos consideran que podrían interesarse en tal o cual lectura. Los editores son, por ende, formadores de públicos, actores decisivos en la organización del espacio público, en las posibilidades para el ejercicio del juicio crítico, y así en las formas políticas que asuma la convivencia en los Estados nacionales. El lector, sin embargo, no es un sujeto pasivo. Con sus consumos, a través de los usos de los impresos, incide en las relaciones de homología que conectan a los distintos estamentos del circuito de comunicación que articula el libro como artefacto.

Así, podemos explicar las relaciones de interdependencia entre autor y lector (que explican las dinámicas de los gustos y antipatías culturales) solo cuando situamos a estas figuras en la trama completa de los mercados y circuitos donde se comercian los muy pocos discursos que llegan a ser publicados entre la infinidad de los que intentan hacerse un lugar en la cultura, en el espacio público como espacio de publicaciones. Para figurar en qué medida la edición cumple con la regla general de las formas culturales que indica que estas son arbitrarias, limitadas, seleccionadas, condicionadas por luchas de clasificación, por relaciones de poder, pensemos que, si por año en Argentina se editan alrededor de 30.000 títulos anuales, son los que los editores eligen entre los cientos de miles que les son ofrecidos, propuestos.


¿Esta información nos da pistas para pensar la circulación de las ideas y productos de las ciencias sociales por fuera del espacio académico? ¿Cuál crees que es el destino de las producciones científicas que piensan e indagan lo social?

Para pensar las derivas que llevan a la apropiación externa de las publicaciones de las ciencias sociales hay que pensar a estas como cualquier otro subespacio de los mercados de bienes simbólicos. Por un lado, hay trabajos que reproducen esquemas de pensamiento ya establecidos, ratifican las verdades que por lo general se quieren escuchar, que abordan temas políticamente correctos y por ello tienen públicos garantizados. Por otro lado, hay producciones sobre temas y demostraciones que aportan conocimiento realmente original, insospechado, que agregan materia prima para la elaboración de nuevas interpretaciones de la realidad. Estas, por lo general, carecen de “consumidores”, de lectores, de audiencia.

Reconocemos las primeras cuando hay ansiedad por repetir palabras de orden, conceptos de moda y aproximar temas y datos al tipo de ideas y actitudes que son compartidas en el amplio espacio público, comunicadas por periodistas, políticos, religiosos. Por ello estos productos son propensos a la heteronomía, a su afectación por intereses externos al campo científico. Las segundas, en cambio, dudan en extremo de las convenciones dominantes, exigen demorados procesos de conocimiento y por lo general son primero reconocidas y validadas por pares y desde el exterior. Es sin dudas el espacio donde se gesta autonomía para las ciencias sociales. El destino de las primeras es el gran espacio público, y el de las segundas, el espacio restringido de los especialistas. Este no es un círculo cerrado. A diferencia del otro, es un organismo con membranas gruesas como para evitar los usos malintencionados del pensamiento social y participar de los procesos por los que las ideas abonan las representaciones sociales que a largo plazo serán fértiles para renovar la razón en la vida democrática.  

Foto: un asunto de interés político. Filmus (entonces ministro de cultura) en el stand argentino de la Feria del libro de Frankfurt, año 2010.
Foto: el escritor Ariel Magnus bajo las luces de la TV internacional en la Feria del libro de Frankfurt, año 2010.


¿En la relación especialistas/públicos es posible reconocer efectos, por un lado, sobre la legitimación de esas ideas y productos culturales y, por otro lado, sobre la conversación social?

Esta pregunta, como la anterior, exige que consideremos al campo de las ciencias sociales y las humanidades en su gran diversidad y heterogeneidad. El modo cómo una verdad científica es apropiada por públicos, dependerá del tema, de su tratamiento, del posicionamiento del creador entre los polos que rudimentariamente quise caracterizar en la anterior pregunta y, por lo dicho en las primeras respuestas, por el medio que canaliza los resultados de las investigaciones: revistas especializadas, revistas de divulgación, libros que financia el propio investigador con un subsidio o su fortuna o libros que le son requeridos por un editor, comercial o de vanguardia, lo cual multiplica la legitimidad de la labor científica.

Para evitar abstracciones, relato algo que viví yo en mi propia trayectoria como antropólogo, como autor. Cuando a mediados de los años 90 comencé a comunicar resultados de mis primeras etnografías en ferias, no había otros trabajos académicos dedicados al tema, a escala internacional. Por ende, no contaba con ningún foro específico: revistas, mesas temáticas en congresos, ni siquiera en ámbitos de los profesionales de la edición. El tema era casi inexistente tanto en el ámbito académico (como problema de conocimiento científico) y en el espacio social, en la calle, si se quiere (como problema social). Pero fue muy valorado por investigadores de punta en el exterior, especialmente en Brasil y el Centro de Sociología Europea, que me cobijó y dio credenciales (creencia y recursos) para no dejar de apostar en esos temas y formas de conocerlos.

Entre el inicio de aquellas investigaciones y la puesta en marcha del primer CAELE (coloquio argentino de estudios sobre el libro y la edición) pasaron más de veinte años.  Hoy estamos preparando el quinto y junto a los colegas del Programa de Historia y Antropología del IDACOR y de otros centros nacionales, como José Luis de Diego, Horacio Tarcus, entre muchos otros de múltiples formaciones disciplinares, gestamos un espacio de intercambios (¡los congresos son nuestro análogo de las ferias!) donde se presentan alrededor de 150 trabajos y es valorado como el espacio nacional más dinámico en América Latina.  Muchos profesionales del sector editorial, comenzaron a acercarse a nuestro foro y lentamente nuestra labor comenzó a incidir positivamente en la evolución del mercado editorial argentino. Hoy en día, editores, políticos del sector, organismos públicos, escritores, nos convocan o utilizan nuestros trabajos porque pasaron a ser valorados como instrumentos de pensamiento y de acción colectivos.

Un par de ejemplos. Alejandro Dujovne, a quien dirigí y comenzó su labor en IDACOR, hoy en día dirige el Centro de estudios y políticas públicas sobre el libro de la UNSAM y fue el mentor principal del último proyecto de ley para la creación de un Instituto Nacional del Libro que, como tantas veces en el pasado, fue bloqueado por los grupos concentrados. En su plan había una virtuosa sinergia entre investigación y acción de los profesionales del mercado editorial. Otro ejemplo: es imposible pensar en la emergencia y consolidación de “lo independiente” en los mercados culturales sin pasar por la incidencia de académicos, especialmente franceses y en los albores de este siglo, en la gestación de la Alianza Internacional de Editores Independientes. A partir de este pionero movimiento (académico, social y político), la independencia se tornó la categoría más poderosa para diversificar todos los mercados de bienes simbólicos. Surgen eventos, colectividades, etiquetamientos sobre “la independencia”, gracias a los logros de colectivos que defienden la autonomía de trabajo a contramarcha de la violencia capitalista que desea arrasar toda diversidad en nombre de la renta económica, que vocifera que, si no hay público y no hay consumo, no habría derecho a existir. Mientras que los mercados culturales son cada vez más monopólicos y violentos, las herramientas para pensar qué sucede con la producción, circulación y utilización de las ideas son más y mejores. La relación de fuerzas es muy desigual. 

Cierro con un posicionamiento necesario para evitar que se tome a la ciencia social como débil práctica al servicio de ciertos grupos: nuestra función se agotaría si apenas somos instrumentos para el combate directo en esas contiendas. Nuestra misión es comprender. Si lo hacemos bien, nuestra verdad entrará como materia prima de las conversaciones fértiles para el entendimiento humano general, no apenas de la pequeña comunidad que nos envuelve. Y ahí, ninguna disciplina es tan poderosa como la antropología cuando en esta se sostienen las banderas de pensar lejos, ancho, para conocer y comprender fenómenos en la larga duración histórica y en su significación para cualquier contexto del planeta. Como dije en la introducción de un libro publicado en inglés como crítica al etnocentrismo de la academia noratlántica dominante: pensar debajo de nuestro ombligo, más allá de nuestras narices, de nuestro presente y cultura de pertenencia.

Para ampliar la lectura sobre estos temas, invitamos a leer artículos y libros del autor:
Ferias internacionales de libros. Trabajo de campo, archivo y arqueología reflexiva.
Ciencias sociales como hecho público: edición, legitimación, consagración.
A History of Book Publishing in Contemporary Latin America (reseña sobre el libro).


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→ Accedé a Trabajo de campo #1: entrevista a Verónica Lema sobre el mundo andino y las plantas psicoactivas.


Entrevista: Belén Nocioni.
Comunicación: Belén Nocioni y Natalia Asselle.