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Trabajo de campo #3 | Rodrigo Montani
Trabajo de campo: Las múltiples dimensiones de la cultura wichí
Rodrigo Montani es antropólogo e investigador del Instituto de Antropología de Córdoba, especialista en Antropología Linguística. A través de su trabajo de campo, que inició hace más de 20 años aprendiendo la lengua de los wichí, conocemos más sobre estas comunidades, distintos aspectos de su cultura y los problemas actuales que atraviesan.
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Trabajo de campo #3
Las múltiples dimensiones de la cultura wichí
El trabajo de campo de Rodrigo Montani en el Gran Chaco
Rodrigo Montani es antropólogo e investigador del Instituto de Antropología de Córdoba. Se especializa en Antropología Lingüística y está interesado, además, en los estudios de la cultura material, los pueblos originarios de Sudamérica, la teoría y la historia de la antropología, la antropología del arte y el cine etnográfico experimental.
A través de su trabajo de campo, que inició hace más de 20 años aprendiendo la lengua de los wichí, conocemos más sobre estas comunidades, distintos aspectos de su cultura y los problemas actuales que atraviesan, vinculados al impacto de la deforestación sobre las comunidades y los cambios introducidos por la adopción y adaptación de máquinas. Un ecocidio que tiene consecuencias a escala local y global.
¿A dónde se sitúa tu trabajo de campo, en qué espacio y con qué comunidades?
Desde hace más de 20 años hago trabajo de campo entre los pueblos originarios del Gran Chaco, es decir, de esa gran planicie boscosa que comparten la Argentina, Paraguay, Bolivia y, en menor medida, Brasil. Mi mayor experiencia de investigación en terreno ha sido sin duda con la gente que en la Argentina se la conoce como wichí y en Bolivia como weenhayek (de acá en más, por simplicidad, diré solo “wichí”, pero hablo de ambos). Los wichís son hablantes de una lengua homónima, que es una de las cuatro lenguas que forman la familia lingüística mataguaya. Mi trabajo de campo ha requerido, y me ha dado la oportunidad invalorable, de aprender la lengua wichí.
Trabajo sobre todo con las comunidades wichís más aisladas del departamento Rivadavia de la provincia de Salta, a quienes visito año tras año, por más de un mes, desde el 2002. Pero además de mi experiencia con los wichís, realicé trabajos de campo más breves, pero significativos, entre los hablantes toba de la ciudad de Rosario, los nivaclés y chorotes-manjuy del Paraguay (que hablan también lenguas mataguayas) y los ayoreo de la chiquitanía boliviana (hablantes de una lengua de la familia lingüística zamuco).
Por último, he hecho trabajos de campo exploratorios entre los criollos del delta del Paraná, entre comunidades quechuahablantes de la Argentina y Bolivia y entre los shuar (familia lingüística jívaroana) del Pastaza y los chachis (familia lingüística barbacoana) de la costa norte ecuatoriana.
¿Cuál es el tema de investigación o lo que te interesa abordar o preguntarte en o sobre este campo?
En mi trabajo de campo con los wichís he investigado casi todo lo que los concierne. Inicié mi carrera aprendiendo su lengua e investigando su arte textil y cerámico para mi tesis de licenciatura (2002-2004). Para mi doctorado (2005-2012), continué investigando de una manera abarcadora las vinculaciones que se dan en el grupo entre la lengua, la cultura material o tecnología y el ambiente. Luego me preocupé especialmente por la historia del pueblo wichí, haciendo foco en la expulsión de sus ancestros directos (los mayaguayos) de los valles intermontanos durante la Colonia, así como en su proletarización temporaria en la industria azucarera desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX y en el mapeo participativo de los territorios de las comunidades del centro del departamento Rivadavia.
Esto me llevó además a estudiar la evangelización de los wichís, especialmente la anglicana, la historia de las traducciones bíblicas y la historia de la antropología chaqueña. Asimismo, hacia el año 2019, comencé a realizar trabajo de campo en otras sociedades chaqueñas en pos de entender de manera comparativa algunos problemas como el impacto de la deforestación sobre las comunidades y los cambios introducidos por la adopción y adaptación de máquinas (desde celulares a motos, pasando por motosierras).
Finalmente, desde 2022 estoy embarcado en un proyecto de cine documental en las comunidades wichís con las que más he colaborado: las de Coronel J. Solá y la de Los Baldes, ambas en la provincia de Salta.
Mencionás acercamientos a distintas dimensiones de la cultura wichí, que hiciste a lo largo de los años: lengua, arte, cultura material, historia, evangelización, entre otros. ¿De qué manera se fue transformando el foco de tu investigación?, ¿tiene que ver con el interés del investigador o hay alguna demanda por parte de las comunidades?
En la elección de mis problemas de investigación y los enfoques que fui desarrollando fueron decisivos siempre, aunque en distintas proporciones, tres factores: mi propia curiosidad, los intereses o demandas de la gente que estudio y, también, sin duda, el diálogo con mis colegas y maestros.
Durante los primeros años de mi carrera estaba muy interesado en intentar mostrar en un estudio etnográfico de un grupo concreto qué relaciones pueden existir entre tres dimensiones diferentes de la vida social: la de los artefactos, las cosas u objetos de manufactura humana; la de hablar sobre las cosas o, más aún, la de nombrar los artefactos y, por último, la dimensión de la organización social en un sentido muy amplio, las formas de organización familiar, política, religiosa, interétnica y económica que el grupo tiene a su interior o en sus relaciones externas. Y todo esto sin descuidar la dimensión histórica. Para poder llevar adelante ese estudio me interesé en un grupo indígena del Gran Chaco y así empecé a investigar el universo de los wichís y hacer trabajo de campo intensivo en un par de comunidades bastante aisladas, por entonces más que hoy, del mercado y el Estado.
Creo que para la Argentina de mediados de la década del 2000 mi problema de investigación era extremadamente desafiante: requería un enfoque notoriamente interdisciplinar, es decir, una formación simultánea en arqueología, lingüística y antropología social, y necesitaba además un conocimiento detallado de la etnografía de la región. Por otra parte, la antropología lingüística o etnolingüística era (y sigue siendo) una subdisciplina bastante poco desarrollada en la Argentina y, además, la interdisciplina en general es siempre algo más proclamado que practicado. Por todo eso, en esa etapa de mi carrera fue muy importante contar con el apoyo de mis maestros, que fueron varios, algunos especialistas en arqueología, otros en antropología social y otros en lingüistas, e incluso tuve maestros más indirectos especialistas en etnobiología y en historia y crítica del arte.
Luego de mi tesis doctoral (2012) mi centro de interés en parte cambió y empecé a fijarme más en la historia de los wichís en vinculación con la deforestación, la expansión de la frontera agropecuaria y el acaparamiento de la tierra indígena. El Chaco Seco es una de las regiones más pobres del mundo y, aunque duela decirlo, en ese área extractiva y de fricción interétnica los wichís son tratados como parias entre los parias. Además, durante las últimas décadas el Chaco estaba teniendo una de las tasas de deforestación más altas del mundo. En lo que concierne a mi trabajo de campo, también sin duda impactó un evento tecnológico puntual: la pavimentación en 2007 de la ruta nacional 81, que cambió sustancialmente la fisonomía de los pueblos que tocó, y en general para mal, entre otras cosas, porque a partir de entonces la deforestación comenzó a meterse vertiginosamente al interior del Chaco.
En 2012, precisamente, durante un trabajo de campo que compartía con una colega etnobióloga y un amigo cineasta, a pedido de las propias comunidades de Coronel J. Solá debimos tomar parte activa para frenar una deforestación ilegal (hicimos denuncias policiales y administrativas en todas las instancias, notas periodísticas, nos pusimos con la gente frente a las topadoras). En este proceso se consolidó un vínculo que venía desarrollándose desde mucho antes con las ONG que colaboran con los reclamos de tierras y la defensa del bosque nativo de la región donde trabajo. Así, de las propias comunidades y de una de las ONG, nació la necesidad de escribir un libro bilingüe sobre la historia de los wichís del centro del Chaco Salteño, un libro que es además una documentación del vínculo de esa gente con sus territorios. Encaramos y concretamos la tarea con un antropólogo amateur wichí, Gerardo Juárez, con quien publicamos Ijwalas ta pajche / Los días del pasado (2016); John Palmer, filólogo incomparable de la lengua wichí y maestro en la etnografía del grupo, también colaboró, corrigiéndonos el manuscrito. En 2017, además, publiqué una versión depurada de mi demasiado extensa tesis de doctorado, esta nueva versión estuvo dirigida no solo a los colegas académicos, sino también a los propios wichís y las ONG.
A partir de esas experiencias de 2012 y la colaboración continua con distintos colegas comencé a realizar trabajos de campo cada vez más amplios por el Chaco argentino, paraguayo y boliviano y a abordar problemas etnohistóricos entrelazados que habían quedado abiertos por los proyectos anteriores: la historia de la mecanización de los wichís y sus vecinos a lo largo de los últimos ciento cincuenta años, la historia de la colonización de las tierras indígenas, la incorporación de esa gente y sus territorios al capitalismo, la evangelización de los wichís y, finalmente, la historia y el impacto actual de la deforestación.
Desde el 2010 en adelante las motos, además, los celulares, las motocicletas y las motosierras habían invadido las comunidades wichís, nivaclés y chorotes (y seguramente también las de todo el Gran Chaco). Además, proliferan las topadoras y las camionetas de los ganaderos o sojeros criollos, sus avionetas, sus guardias privadas, etc. En 2019 llevé adelante un trabajo de campo en motocicleta, unos 50 días de viaje a través de todo ese territorio, con el propósito de documentar, concretamente con un registro audiovisual, la historia y el impacto de la mecanización. Conocí por primera vez, además, las comunidades wichís del Pilcomayo formoseño, los chorotes manjuy de Santa Rosa, tierra adentro, en Paraguay, y un par de comunidades nivaclés en uno y otro lado de la frontera. Fue una gran experiencia, que entre muchas otras cosas me permitió conocer en persona al escritor wichí Laureano Segovia y que, por otro lado, terminó de consolidar mi interés por hacer cine. Me embarqué en un proyecto de largometraje etnográfico en el que estoy trabajando, que implicó viajes de rodaje en 2022 y 2023. Al mismo tiempo, en 2022 hicimos un viaje de campo con Carolina Figueroa y Marco Flamini, en parte para el proyecto de Atlas toponímico wichí/weenhayek, y en 2023 realicé un largo trabajo exploratorio en motocicleta, visitando todas las comunidades ayoreos de la Chiquitanía boliviana, con quienes me interesa trabajar desde hace años.
¿Cómo se pone en juego en tu trabajo como antropólogo conocer la lengua wichí o atender a ese universo lingüístico?
Para responder bien, hace falta comenzar con un par de aclaraciones y un sinceramiento: la lengua wichí/weenhayek es una lengua étnica y elemento de adscripción identitaria: es difícil decir que uno es wichí si no habla la lengua, sigue siendo la primera lengua o lengua materna (y a veces la única) de los wichís, y es difícil que alguien quiera aprenderla si no es wichí. Además, como la lengua se ha usado durante milenios para hablar cara a cara y como wichís son una sociedad extremadamente horizontal, el idioma wichí tiene una estructura muy compleja y es extremadamente “dialectalizado”, es decir, en cada zona se habla una variedad de la lengua marcadamente distinta y no hay una variedad que sea reconocida como la norma, el estándar. Por último, la única forma de aprender wichí es viviendo con los hablantes.
Por todo esto se trata de una lengua bastante complicada de aprender para alguien que no es wichí, vive lejos y tiene como lengua materna el castellano. Esto lleva a un sinceramiento: aprendí la lengua con mucho esfuerzo y usando todos los recursos disponibles a lo largo de muchos años, la hablo bastante mal y con el acento muy marcado de la variedad que habla la gente con la que más conviví, aunque me considero muy idóneo al momento de comprenderla, transcribirla, analizarla y traducirla. Además, aunque puedo saber poco del slang de los jóvenes, por ejemplo, soy un conocedor como pocos del léxico de los viejos: nombres de plantas, animales, etc., topónimos, términos muy específicos, frases anquilosadas, etc.
Dicho todo esto, debo confesar que aprender la lengua wichí fue un requisito obligatorio para tener un buen rapport con la gente, un requisito necesario para comprender el mundo social y cultural wichí y, por consiguiente, un sine qua non para la buena etnografía. ¿Cómo se puede hacer buena etnografía de un grupo si no se habla la lengua en la que, digamos, pasa el 80% de su vida social, de su relación con el ambiente y el territorio, de su religión, etc.? Si uno trabaja con los wichís y no habla su lengua, quizá entienda ese 20% restante, quizá entienda la relación de los wichís con los colonos, pero no lo entenderá nunca en los términos que lo entienden los wichís.
Para mí, trabajar con los wichís me ha dado la oportunidad de trabajar con una otredad lingüística y sociocultural extrema, y me ha convencido de que la antropología es esencialmente –aunque en muy diversas medidas– una tarea de traducción. Quien dice traducción dice una apuesta a la interpretación, a la mediación entre códigos y mundos, éxitos parciales en la tarea, fracasos ineludibles, traiciones involuntarias. No soy yo el que pueda decir si mi etnografía y mi traducción del wichí son buenas y en qué medida, pero sí soy quien puede decir que he hecho un esfuerzo consciente, apasionado y sostenido por avanzar en esa dirección.
Considerando tus investigaciones más actuales, con relación al impacto de la deforestación y a las consecuencias de la mecanización en la vida de los wichís, ¿qué información deseás compartir o te gustaría que tuviera mayor difusión?
Es importantísimo que se entienda que la deforestación del Gran Chaco acarrea consecuencias desastrosas a escala local, regional y global. Es decir, afecta a los wichís, nos afecta a los cordobeses y los argentinos, afecta al mundo. Empecemos de atrás para adelante. El Gran Chaco es el segundo bosque más grande de Sudamérica (el primero es la Amazonía), y es el bosque seco más grande del planeta. En la medida en que se destruyen esos bosques, a topadora y fuego, aumentan el calentamiento global y las catástrofes socioambientales que eso genera. A escala regional, la conversión de los bosques chaqueños a praderas para la agroindustria (vacas, soja, maíz, etc.) beneficia solo a los grandes capitales. Al grueso de la población lo único que le dejará es un desierto y pobreza ambiental y humana. Y además es un ecocidio, una desgracia para la vida, para los animales, las plantas, etc. Para los wichís, la deforestación es una catástrofe: a la colonización de sus tierras, al racismo secular y a la explotación de su trabajo, ahora se suma la destrucción total del mundo donde su vida es factible y tiene sentido.
¿Quién responderá por los niños indígenas que se suicidan después de haberse intoxicado con alguna sustancia barata, o de los padres que caen en el drama del alcoholismo y la violencia doméstica por no encontrar de qué ni dónde vivir? ¿Quién pagará las lenguas que se pierdan, los mundos de ideas que caen en pocos años en el olvido? ¿Quién se hará cargo de los efectos de la epidemia evangélica escapista que se les ofrece a los indígenas como única esperanza? ¿Quién le explicará a los que vienen que ese canto de pájaro que escuchan en un celular, ese animal que ven en una pantalla o esa flor que no pueden oler, alguna vez existieron, y eran cosas hermosas y mágicas?
No se trata de que los antropólogos seamos románticos o tengamos autoridad para moralizar, sino de qué elegimos aprender mediante el trabajo de campo, mediante el establecimiento de relaciones íntimas, duraderas y curiosas con personas y cosas en territorios específicos, entendemos mucho de esos territorios, y nos sentimos obligados a alertar a la sociedad que en parte nos financió, con dinero público, cuando las cosas no se están haciendo para el bien común. La deforestación del Chaco indígena hoy forma parte del mismo proceso que hoy sufrimos con los incendios.
Imágenes: Rodrigo Montani.
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Entrevista y Comunicación: Belén Nocioni.